"Jamás en la vida había contemplado éste una tan soberana belleza concentrada en un simple cuerpo humano. La envolvía una grácil aureola como si se tratase de algo inasequible. Tenía el pelo muy negro, recogido en dos cocas por detrás de las orejas. Éstas eran pálidas, rematadas por unos lobulillos rosados y carnosos de los que pendían unos pendientes fulgurantes que avivaban su sensualidad. Del óvalo de su cara, apenas sin maquillar, resaltaban sus pupilas verdes muy vivas, enmarcadas por unas pestañas espesas y oscuras. Su nariz pequeña, un poco respingona, se elevaba sobre unos labios graciosamente curvados que se separaban uno del otro, como de pena, cuando su dueña tenía que hablar o sonreír. En estos casos exhibía dos filas de dientes muy blancos y cuidados.
Pero tal vez lo que más llamó la atención de Sebastián fue el cuello torneado, firme y larguísimo de aquella muchacha. Emergía del abrigo de pieles con una rotunda seguridad de sí mismo, con la orgullosa convicción de saberse cimiento y sostén de la cabeza más hermosa de la tierra. Sebastián pensó muy seriamente que de otórgasele la gracia de poder rozar con sus dedos aquella columna mágica y tensa no le sería posible evitar un desmayo.
La joven vestía y calzaba con elegancia y naturalidad. Nada resultaba forzado en ella. Podría afirmarse que había nacido envuelta en aquel espléndido abrigo y calzada con aquellos zapatos. Cuando hablaba, todos sus miembros y hasta sus ropas participaban de su actividad; ayudaban a endulzar frases moduladas y persuasivas que escapaban de su boca fluída, naturalmente…"
Y la aportación del constructor de la novela en obras: "Tiene una curiosa mirada. Unos ojos extraños. La cara limpia, transparente, ni colores ni disfraces. Un pañuelo al cuello. Un pelo corto admirable.
Junta sus manos. Desplaza un dedo por su piel. La uña avanza una y otra vez la cada vez más maltrecha piel. Un círculo rojo se forma en torno a sus movimientos. Es deliciosa en sus pequeños detalles, en su labio mordido, en sus rodillas flexionadas. "
Pero tal vez lo que más llamó la atención de Sebastián fue el cuello torneado, firme y larguísimo de aquella muchacha. Emergía del abrigo de pieles con una rotunda seguridad de sí mismo, con la orgullosa convicción de saberse cimiento y sostén de la cabeza más hermosa de la tierra. Sebastián pensó muy seriamente que de otórgasele la gracia de poder rozar con sus dedos aquella columna mágica y tensa no le sería posible evitar un desmayo.
La joven vestía y calzaba con elegancia y naturalidad. Nada resultaba forzado en ella. Podría afirmarse que había nacido envuelta en aquel espléndido abrigo y calzada con aquellos zapatos. Cuando hablaba, todos sus miembros y hasta sus ropas participaban de su actividad; ayudaban a endulzar frases moduladas y persuasivas que escapaban de su boca fluída, naturalmente…"
Y la aportación del constructor de la novela en obras: "Tiene una curiosa mirada. Unos ojos extraños. La cara limpia, transparente, ni colores ni disfraces. Un pañuelo al cuello. Un pelo corto admirable.
Junta sus manos. Desplaza un dedo por su piel. La uña avanza una y otra vez la cada vez más maltrecha piel. Un círculo rojo se forma en torno a sus movimientos. Es deliciosa en sus pequeños detalles, en su labio mordido, en sus rodillas flexionadas. "
Páginas: 54.
Libro de referencia: Aún es de día, de Miguel Delibes.
Película de referencia: The last kiss, de Tony Goldwyn.